El Siglo de Oro español: penuria, hambre y muerte en Andalucía

Se denomina Siglo de Oro español al período que transcurre a lo largo de los siglos XVI (Renacimiento) y XVII (Barroco), si bien, otras fuentes lo encajan entre los años 1492 y 1649.

En el año 1492 confluyen dos hechos fundamentales para la Historia, de un lado, la conquista del Reino de Granada por la Corona de Castilla y el Reino de Aragón, con los Reyes Católicos a la cabeza, y , por otro lado, el descubrimiento de Ámerica, todo un nuevo continente, por la expedición de Cristobal Colón y los hermanos Pinzón.

Los dos eventos ya citados del año 1492 marcaron el devenir de Andalucía con dos evoluciones bien distintas en el Reino de Sevilla (Sevilla, Cádiz y Huelva) y en el Reino de Granada (Granada, Málaga y Almería).

El triángulo formado por la capital hispalense y las herederas de las antiguas Onuba y Gades se convertirá en la autopista de conexión con el Nuevo Mundo. En contraste, el declive del antiguo Reino Nazarí desembocará, tras la represión fiscal, social y religiosa castellana, en un intento de recuperar el bienestar perdido con la Rebelión de la Alpujarra (1568-1571), donde la población morisca, o lo que es lo mismo, la población autóctona andalusí del Reino de Granada, con la suma de otros pobladores andaluces llegados de otros puntos de la antigua Alandalus, se subleva tras los abusos y el continuado incumplimiento por parte de las autoridades castellanas de las Capitulaciones del Tratado de Granada firmadas por los conquistadores católicos y el rey Muhammad XII, conocido por los cristianos como Boabdil.

 En estos años se crean en el suelo andaluz occidental organismos o entidades fundamentales para las políticas desplegadas por la Corona de Castilla, como el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisión de Sevilla (1480), que en los años siguientes llevaría a la hoguera a miles de ‘herejes’ en su aplicación de la ortodoxia católica, o  la Casa de Contratación de Indias en Sevilla (1503), que fiscalizaba todo lo relacionado con el comercio de América, Canarías y Berberia (regiones costeras de Marruecos, Argelia, Túnez y Libia), y que pasaría a Cádiz entre los años 1717 y 1790, ya en el siglo XVIII, tras la ola de peste que asoló Sevilla en el año 1649, acabando con unas 60.000 personas (46% de la población hispalense de la época).

Auto de Fe en la plaza de San Francisco de Sevilla en 1660 (fragmento), atribuido a Francisco Herrera el Mozo.
Colección particular. Iglesia de la Magdalena

Tras la conquista castellana, el Reino de Sevilla, como el resto de Andalucía, queda plagado de señoríos que se reparten tierras y bienes de los antiguos pobladores andalusíes. La casa de Medina Sidonia, la casa de Arcos, la casa de Alcalá, la casa de Osuna, la casa de Olivares, la casa de Sanlúcar la Mayor, del marquesado de Estepa, del marquesado de Gibraleón y del marquesado de Ayamonte entre otros, además del Arzobispado de Sevilla, la Orden de San Juan y el Monasterio de San Isidoro del Campo.

Pero los señores de la guerra no saben cultivar. Pasamos en esa época a una profunda transformación que pasa del modelo andalusí de reparto de tierras y cultivos a la estructura feudal impuesta por la conquista, con la acaparación de tierras en pocas manos, en las de los señores feudales. La población se reduce drásticamente, ya que la llegada de nuevos pobladores no compensa ni mucho menos la caída demográfica debida a huídas, emigraciones voluntarias y deportaciones.

Las grandes ciudades son más atrayentes para los señores conquistadores en detrimento de las poblaciones más pequeñas.

Y en este caldo de cultivo del rancio feudalismo, la desigualdad crece. Cervantes escribía:

“Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío” (1605).

Vista de la ciudad de Sevilla. Atribuido a Alonso Sánchez Coello. Museo del Prado, Madrid.

Las clases poderosas se enriquecen con sus flamantes nuevas posesiones y las riquezas y cargamentos que llegan, vía fluvial, desde los confines del mundo, pero gran parte de la población se empobrece de un modo alarmante.

Esa clase rica se convierte en una minoría dominante frente a una mayoría pobre y una legión de pobrecillos que buscan tan solo sobrevivir en la sociedad de sus tiempos.

Os podéis imaginar cómo pudo ser la situación que tocó vivir en estos años a las andaluzas y andaluces de la época. Tras cientos de años, entre 600 y 800 años dependiendo de la zona, de costumbres y maneras de vivir asociadas a Alandalus, asociadas a la cultura islámica, llega el cambio brusco con las proclamas de las nuevas autoridades políticas y religiosas. Cambios que exigían el renegar al modo de vida anterior para asimilar y seguir las costumbres y creencias de los conquistadores en prácticamente todo: vestir, comportamiento público, rezos, festejos, etc.

‘Vieja friendo huevos’. Cuadro pintado por Diego Velázquez. Forma parte de la colección de la National Gallery of Scotland (Escocia) en Edimburgo.

“Las prácticas sociales y culturales no tuvieron un sentido estable y oscilaron entre la disciplina moral y la indisciplina crónica. Y aunque los creadores o las autoridades-civiles o eclesiásticas- intentaron siempre reglar el sentido y difundir la interpretación correcta de dichas prácticas, podían ser ellos mismos-u otros privilegiados-quienes cotidianamente las distorsionaran, negociaran o transgredieran. La vida cotidiana en el Siglo de Oro fue, pues, una tensión constante entre la tradición y el conflicto, el gozo y el sufrimiento, la rutina y la excepción…”

Análisis, este último, de Manuel Peña Díaz, Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Córdoba.

La población de la época sufre una gran inflación, ya que aunque los salarios nominales subieron, los precios lo hicieron más. Esto hace que la población se empobrezca. Sin embargo, la minoría dominante, poderosa y rica, como ya hemos comentado, aumenta sus ingresos: por el crecimiento del comercio, por la proliferación de la banca y por la explotación de las enormes propiedades de tierras acaparadas.

‘Gaspar de Gúzman, Conde duque de Olivares’. Cuadro de Diego de Velázquez. Museo del Prado.

Según nos comenta Juan Ignacio Carmona, Catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Sevilla, un 5% de la población la constituía esta clase dominante y enriquecida (alta nobleza y aristocracia), la clase media suponía un 10 o 15% de la sociedad y estaba formada por ciertos vecinos de los núcleos urbanos y algunos campesinos acomodados. El 80% restante estaba constituido por el bajo pueblo, rural o urbano, amplia mayoría a la que se denominaba  “gente de pequeña manera o pueblo menudo”. Este 80% de la población se marcaba como objetivo económico tan solo cubrir sus necesidades básicas, para ellos, esto ya suponía un gran logro.

En un informe sobre las condiciones de vida en la localidad de Baena se redacta:

“Las casas de los vecinos pobres, que de las cuatro partes de las que componen la población son más de tres y media, son bajas y estrechas, y no tienen la capacidad necesaria para que cómodamente las habiten….Las tienes muy sucias y sin la correspondiente ventilación. Acostumbran a criar un cochino, al que por las noches alojan en la habitación y dormitorio”.

‘Diego de Alcalá’. Obra de Murillo sobre el reconocido como santo por la Iglesia Católica, fraile franciscano Diego de Alcalá, originario de San Nicolás del Puerto (Sevilla).

Se produce un gran desplazamiento de las poblaciones rurales hacia las ciudades, en las que buscan prosperar. Sin embargo, esto se convertía en olas de personas necesitadas que invadían sus calles y plazas, y que se sumaban a la ya existentes en suelo urbano. Personas que alimentaban una masa descontrolada y ausente de los registros municipales. Con la ausencia de ocupaciones estables, la pobreza se agudizaba, pícaros, vagabundos y marginados sociales  se multiplicaban. Las niñas y mujeres tampoco escapaban a estas precarias condiciones de vida.

La economía del pueblo llano estaba muy asociada a las crisis agrícolas. Éstas provocaban una importante subida de precios y despertaban la especulación. Empezando por los agricultores, el empobrecimiento se acrecentaba de la mano de estas malas cosechas.

El hambre se apoderaba de la mayoría de población andaluza, y de su mano, la enfermedad  y la muerte se regodeaban de un rincón a otro de Andalucía.

La canina del Santo Entierro de Sevilla (Antonio Cardoso, 1693). Alegoría a la derrota de la muerte, la misma que se cebó con la población andaluza en los siglos XVI y XVII.

El consejo de Hinojos informaba sobre “la gran mortalidad que hay, porque es público y notorio que de hambre se caen las personas en las calles y no hallan quién les remedie, por lo que ya los muertos pasan de 400 personas”.

Otro cronista de la época escribía:

“De la ciudad de Écija se afirma que cual si fueran animales inmundos andaban los pobres por los molinos de aceite, buscando hasta el desechado orujo para comer”.

Según el canónigo de Niebla:

“Fallecieron de esta presente vida en esta insigne ciudad de Sevilla más de cincuenta mil personas de hambre por no tener dinero para comprar pan”- cifras que pueden exagerar, pero que evidencian la gravedad de la situación.

La crisis alimentaria desencadenó el llamado motín del Pendón Verde en la misma ciudad de Sevilla. Entre el 8 de marzo y el 8 de mayo se produce un levantamiento popular que arranca en el barrio de Feria.

Fijaros cómo contrasta esta situación de la mayor parte de la población con esa época de bonanza y crecimiento económico que antes hemos comentado. Sólo esa minoría que manejaba el poder político y económico se hacía cada vez más rica.

‘Las Meninas’ (Museo del Prado) y ‘Retrato del Papa Inocencio X’ (Roma), ambas obras de Diego Velázquez. Realeza, señores feudales y alto clero, las clases pudientes de la época.

Manuel Chaves Rey, periodista y padre de Manuel Chaves Nogales, escribiría en 1904:

“Hay que hacer constar que, aunque la riqueza y la opulencia de Sevilla en los siglos XVI y XVII era grande, ésta ha sido con exceso ponderada por los adoradores del pasado, que los documentos y las memorias coetáneas de aquellos tiempos prueban de manera bien clara que la abundancia, el lujo y las sobras eran solo para el clero y para los nobles, mientras cientos y cientos de seres vivían en la mayor miseria y sufriendo todo género de privaciones, sin que sus lamentos fueran oídos, ni por nadie de los que podían se atendiese a remediar tamaños males” .

Grabado de la ciudad de Málaga en el Siglo de Oro, encontrado por el académico Francisco Cabrera en Biblioteca Albertina de Bruselas. Fotografía Diario Opinión de Málaga

Si esta era la situación de Sevilla, la denominada “Nueva York del Siglo de Oro español”, podéis imaginaros cómo podría encontrarse el resto de Andalucía, sumida en un caos por la escasez y la penuria, ya hemos incluido alguna referencia.

A menudo, la introducción de este ‘Siglo de Oro español’ se basa fundamentalmente en el desarrollo de las artes que tuvo lugar en la época. Pintores andaluces como Velázquez o Murillo, escultores como Martínez Montañés o Juan de Mesa, brillan con luz propia bajo el mecenazgo del clero o la nobleza. Escritores de la talla de Luis de Góngora, poeta y dramaturgo cordobés, son un claro ejemplo de esa prosperidad cultural.

De izquierda superior a derecha inferior: Autorretrato de Bartolomé Esteban Murillo, Cristo del Amor (Juan de Mesa), Luis de Góngora, Cristo del Gran Poder (Juan de Mesa), escultura del cordobés Juan de Mesa esculpiendo la talla del Cristo del Gran Poder, retrato realizado por Velázquez del Juan Martínez Montañez, originario de Alcalá la Real (Jaén), Cristo de Pasión, tallado por Juan Martínez Montañez.

Pero, dicha prosperidad choca frontalmente con la realidad social de esta época, y, especialmente en suelo andaluz, la penuria causada por el hambre y la muerte, como hemos visto, campa a sus anchas por la población andaluza. En este aspecto, el supuesto brillo de la gran España, de su Siglo de Oro, se vuelve negro y oscuro, desembocando en episodios aún más graves, como la llegada de la peste, que podría fin a esa supuesta época de ‘esplendor’ ficticio en nuestra Andalucía.

Las Peste en Sevilla (1649). Obra anónima. Fuente Wikipedia.

Fuentes:

-(Mal)Vivir en el Siglo de Oro -Coordinado por Manuel Peña Díaz. Universidad de Córdoba. (Andalucía en la Historia Nº44 (AH44). Abril 2014)

-La pobreza cotidiana. Esplendor y miseria en el Siglo de Oro. Juan Ignacio Carmona. Universidad de Sevilla. (Andalucía en la Historia Nº44 (AH44). Abril 2014)

-El Poblamiento Andalusí tras la Conquista Castellana-Julio Navarro Palazón / Pedro Jiménez Castillo – Escuela de Estudios Árabes de Granada (CSIC).

-Artículo de Javier Ramajo en El Diario, «El motín del Pendón Verde cumple 500 años: así se levantó la clase trabajadora en la Sevilla del siglo XVI».

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