El 4 de febrero de 1888, Andalucía vivió una de esas masacres, tan comunes a lo largo de su historia, contra la población civil.
Las cifras oficiales declararon 13 personas muertas. La tradición oral transmitió la muerte de entre 200 y 300 personas.
El inicio de los hechos hay que buscarlos 15 años atrás, concretamente el 14 de febrero de 1873, con la compra que la empresa Riotinto Conpany Limited hizo al estado español de las minas de Rio Tinto. La I República española renunciaba a los derechos mineros, al suelo y al espacio aéreo a cambio de noventa y tres millones de pesetas.
Antes de esta compra de la empresa constituida por capitalistas ingleses, ya había surgido la polémica por un nuevo método para la depuración en la explotación de mineral extraído de la mina basado en la colocación de éste en grandes montones al aire libre sobre una base de ramas diversas a las que se le prendía fuego, ardiéndo con una duración de 6 a 12 meses. Eran las conocidas como ‘teleras’, ya que su forma recordaba al pan que es bien conocido en muchos pueblos de nuestra Andalucía.

El problema venía de los humos que dicha combustión producía, puesto que era rico en azufre (gases sulfurosos), además de otros gases nocivos de tipo amoniacal, antimonial y arsenical.
Con la compra de las minas por la empresa británica, la producción de ‘teleras’ se incrementó. Había que llevar la producción al máximo posible para optimizar el rendimiento económico.

Las protestas se producen en los distintos municipios afectados en el período comprendido entre los años 1876 y 1886, llegando a crearse la Liga Antihumista formada, entre otros, por propietarios agrícolas, grandes y pequeños. Tras todos esos años de protesta se produce la creación de una comisión de ‘expertos’ por parte del gobierno de España y ésta se pronunció declarando, como conclusión, que las ‘teleras’ eran “de Utilidad Pública” y que no suponían amenaza para la salud, puesto que en esa época se había puesto de moda ir a los balnearios para bañarse en aguas sulfuradas y si se podía respirar azufre en dichas aguas, es que era beneficioso para la salud.
Pero no, esos gases no eran beneficiosos para la población afectada. Hoy se sabe a ciencia cierta. Los humos desprendidos ante esta acción sin medida, arrasaron la salud y las tierras de las personas de la cuenca minera onubense (Riotinto, Nerva, El Campillo, Zalamea), así como las de Almonaster, Calañas, e incluso llegando a municipios de la provincia de Sevilla, como El Castillo de las Guardas y Aznalcóllar.

Si bien los británicos comenzaron pagando indemnizaciones a las familias afectadas, pronto comenzaron a adquirir terrenos y a realizar expropiaciones para evitar tener que realizar dichos pagos, que les eran más gravosos.
En el punto álgido, se calcula que los dos campos de Teleras podían alojar más de veinte millones de toneladas de piritas quemadas al aire libre.
Y llegó el año 1888. El mes de enero fue de muchas reparaciones, muchas horas extras, tras los destrozos de un mes de diciembre muy lluvioso. Pero los pagos no se concretaron en febrero. Ante los retrasos, se convoca una huelga, iniciada por unos 4.000 mineros, que se convierte en una huelga general concretada el día 3 de febrero, en toda la cuenca minera.
Los trabajadores pedían mejores condiciones laborales y económicas, y que se acabaran las calcinaciones, las ‘teleras’.

Ante la situación de huelga, el alcalde de Riotinto, Manuel Mora, pide refuerzos a la guardia civil para hacer frente a las protestas mineras, y desde Alosno y Calañas se refuerza el destacamento con medio centenar de efectivos a caballo.
La RTCL (Riotinto Company Limited) contaba con su propio cuerpo policial, la ‘guardiña’, que actuaba en total sintonía con la Guardia Civil. No hay que olvidar que en esta época de políticos caciques, este tipo de compañías tenían en nómina incluso a diputados, que eran electos por el distrito de Valverde del Camino.
Ante estas circunstancias, los líderes obreros y agrícolas acuerdan celebrar una gran protesta el 4 de febrero para reclamar sus exigencias ante el Ayuntamiento de Riotinto. Serán dos las manifestaciones que tomen forma y confluyan en una única protesta.
La primera de ellas, la de mayor carácter agrícola, se forma en Zalamea la Real, encabezada por el propio alcalde, José González, el presidente de la Liga Antihumista, su yerno, José María Ordóñez y por el terrateniente José Lorenzo. A una manifestación de carácter pacífico se suma la banda de música de Zalamea, y en El Campillo, aún se suman más mujeres, niños y personas de edad avanzada.
La segunda, la de los obreros de la mina, parte de Nerva, encabezada por Maximiliano Tornet, líder anarcosindicalista, que anteriormente había sido despedido y enviado a la cárcel por repartir y vender propaganda revolucionaria entre los trabajadores. Todo ello después de cambiar de puesto en la mina, desde los hornos de refino a los de fundición, porque a consecuencia de los gases que percibía en los primeros, empezó a sufrir hemorragias en la boca. A esta segunda manifestación se unieron personas de la población de Naya y del Alto de la Mesa.

En la mañana de ese 4 de febrero, el Gobernador Civil de la provincia, Agustín Bravo y Joven, se traslada hasta Riotinto. Le acompañan dos compañías del Regimiento militar de Pavía comandadas por el Teniente Coronel Ulpiano Sánchez.
A las 13.30h, ambas marchas confluyen en Riotinto. En torno a 14.000 personas con la banda de música al frente. ¡Abajo los humos! ¡Viva la agricultura! ¡Viva el orden público! ¡Sólo queremos justicia!
Una representación de los agricultores y obreros sube a presentar sus reclamaciones a la primera planta del Ayuntamiento de Riotinto. Manuel Mora, el alcalde, había tratado de que la compañía concediera alguna mejora, ante las protestas, pero desde Londres, se había negado esa posibilidad.
Maximiliano Tornet y Lorenzo Serrano encabezan la comisión negociadora, sentándose a hablar con el gobernador civil, el teniente coronel y el alcalde de Riotinto entre otros.
Pero la supresión de las ‘teleras’ era impensable. El gobernador se cerró en banda, argumentando que si el alcalde accedía a ello, el mismo revocaría la decisión, desautorizándolo, como ya lo había hecho en el vecino pueblo de Alosno.
Los representantes de los terratenientes de Zalamea ante la intransigencia del gobernador se retiran de la negociación. Es entonces cuando éste sale al balcón para pedir a los manifestantes que se disuelvan y se marchen de la plaza del pueblo.
A partir de ese momento las circunstancias no están muy claras. Parece que la caballería de la guardia civil abandona la plaza y ante una multitud expectativa, la tropa del Regimiento de Pavía comienza a abrir fuego indiscriminadamente, con auténtica saña y violencia.

Tres cargas explosivas a las que siguió una carga de fusil a bayoneta calada. La plaza quedó sembrada de cadáveres y personas heridas que se arrastraban. El resto de la multitud huyó despavorida por las calles Sanz, Wert, Ezquerra o Teas, pisándo a los que desequilibrados caían entre empujones y tirones. Incluso los bancos de mampostería y de hierro fueron arrancados al paso de las personas huyendo despavoridas.
Maximiliano Tornet huyó de Riotinto, posiblemente emigró a Argentina, según fuentes familiares.
El parte oficial reconocía 13 muertos y 43 heridos. La causa de la muerte, anotada en el Registro Civil de Riotinto, ‘hemorragia interna’, pero no ‘herida de bala’ o ‘herida de arma blanca’como se recogía en otras ocasiones.

La propia compañía inglesa reconocía cifras de más de 45 personas muertas. Mientras que la tradición oral, como indicábamos, hablaba de más de 200 o 300 personas muertas. Para evitar represalias contras sus familias, muchos heridos murieron en el anonimato, enterrados en secreto.
El terror quedó de tal manera grabado en la población que hasta 1913, 25 años después, la población minera no volvería a manifestarse de nuevo.
Nunca se supo quién dio la orden de disparar, ni dónde se enterraron los muertos. Se investigó la actuación del gobernador civil, pero quedo libre de culpa, siendo sustituido en el cargo. En el Archivo del Tribunal Supremo de Madrid no hay vestigios de él. Es como si Agustín Bravo y Joven no hubiera existido.
Hasta 1907 no se apagó la última de las teleras. El motivo del cambio no fue otro que la aparición de un nuevo procedimiento, que por oxidación y lixiviación, conseguía mayores beneficios. La vida de las personas y de la naturaleza onubense seguían estando en un muy segundo plano.
Fuentes: Artículo de Juan Carlos Domínguez (4 febrero, 2021) –“4 de febrero de 1888 – El año de los tiros” (Periódico Tinto Noticias – El periódico de la Cuenca Minera) / Artículo de Miguel Ángel Collado Aguilar (4 de febrero de 2018) – “El ‘año de los tiros’: cuando el capitalismo industrial asomó sus garras en Huelva” (Periódico El Salto de Andalucía). Portada: Cuadro realizado por el pintor andaluz, nacido en Nerva, Antonio Romero Alcaide.